La moda del S.XIX es especialmente interesante en lo que a innovaciones se refiere.
En el caso internacional, a inicios de siglo nos encontramos con una continuación de lo que veíamos en el S.XVIII, La moda neoclásica caracterizado por la sencillez, el equilibrio, la precisión y el orden, es adoptado como estilo oficial, por un aparte, por los primeros gobiernos republicanos franceses, que relacionan su “democracia” con la de la Antigua Grecia y la República romana, y, por otra parte, por Napoleón, que intenta emular, en su propio Imperio, el estilo romano.
La influencia de este nuevo estilo afectará también a la indumentaria de la época. Así, el paso del absolutismo al liberalismo se traduce en la moda masculina en la sustitución del traje cortesano o “traje a la francesa” -confeccionado con ricos y vistosos tejidos de seda, y formado por casaca*, chupa* y calzón*-, por el burgués, compuesto por prendas más sencillas, que permitían más libertad de movimiento y reflejaban menos las desigualdades sociales, y que se comentará más adelante.
En Francia, la evolución de la indumentaria en estos momentos está tan estrechamente relacionada con la historia y la política que cada acontecimiento significativo se va a reflejar en ella, aunque sea a través de pequeños cambios, especialmente en el vestido femenino. De hecho, en este momento la indumentaria sirve también de propaganda ideológica de la nueva era, de tal manera que los que no vestían de una determinada forma podían ser considerados sospechosos de simpatizar con el Antiguo Régimen (no en España, claro, pues continuaba la monarquía absoluta). Como hemos indicado anteriormente, la nueva sociedad reclamaba una nueva apariencia, más sencilla y natural, en clara relación con la anglomanía y el Neoclasicismo.
Transición al S.XIX:
Es en la indumentaria de la mujer en la que se produce el cambio más radical. Ahora se lleva el denominado “vestido camisa”, que presenta una silueta vertical, como una columna en la que los pliegues serían las aristas, y emula a las estatuas clásicas. Este vestido, confeccionado con finas telas blancas de muselina, preferentemente de algodón, tiene el talle alto y no lleva artilugios interiores, lo que aporta sencillez y libertad de movimientos. La finura de estos tejidos determina el uso como prenda de abrigo, jubones* muy cortos -denominados spencer en el resto de Europa-, y chales muy estrechos. Los zapatos son planos y el pelo, corto y rizado, o recogido en un moño con guedejas, imitando a las mujeres clásicas.
Vestido camisa y Spencer, 1808.
En cuanto a la vestimenta del hombre, aunque en la corte los trajes todavía fueran de seda, y bordados, para la vida diaria se prefieren cada vez más sencillos, siguiendo la simplicidad y funcionalidad inglesa, con el colorido monocromo y oscuro y los tejidos más sobrios y de algodón o lana, en lugar de seda.
La casaca*, que se va haciendo cada vez más estrecha en cuerpo y mangas mientras que su cuello continúa subiendo, va perdiendo protagonismo frente al frac, prenda que aparece en la segunda mitad del siglo XVIII; y la chupa*, frente al chaleco, única prenda en la que se permite la decoración, que ya no lleva mangas, es recto y llega a la altura de la cintura. Al mismo tiempo el calzón* va siendo sustituido por un pantalón, en principio de punto muy ceñido y metido en botas altas.
Vestido a la francesa, 1800-1805, Museo del Traje
Como abrigo siguen llevando, preferentemente, la capa y el capote, pero también otras prendas como el redingote -una especie de abrigo-. La peluca, que en los años 90 prácticamente desaparece, da paso a comienzos de siglo al pelo corto a la manera de los clásicos. En cuanto al sombrero, el bicornio sustituye al tricornio, y comienza en Inglaterra el de copa, que causará furor en el Romanticismo.
La época de Napoleón:
Al instaurarse el Imperio de Napoleón se produce una vuelta al orden político y social y se pone de moda de nuevo la parafernalia necesaria para dar prestigio a su corte. En esa puesta en escena desempeña un importante papel la indumentaria, que tiene que mostrar una imagen de solemnidad y grandeza como en el Antiguo Régimen. Por eso los hombres, en su corte, visten más o menos como en el Antiguo Régimen, y, en el caso de las mujeres, el algodón da paso de nuevo a las sedas suntuosas (en raso, terciopelo…), bordadas y con encajes; con lo que se recupera la importancia de la industria sedera francesa. Los vestidos de las mujeres, aunque mantienen la misma silueta de talle alto, pierden ligereza y se recobra la “decencia”, con las mangas, drapeadas o abullonadas en los hombros, más largas y los escotes más cerrados.
Como prendas de abrigo continúan usando sobre todo el chal, que al principio consistía en una tira de tejido estrecha y larga. Los más apreciados fueron los de Cachemira, en tejidos de lana muy fina y con dibujos típicos de palmas y atractivos y variados colores, que se convirtieron en signo de elegancia y riqueza.
La familia de Carlos IV, Goya.
En paralelo a la moda internacional, en España se da otra propia de un colectivo social muy diferente, un determinado sector del pueblo; son los denominados majos, que reivindican lo castizo.
Los majos vivían en determinadas zonas de Madrid -el barrio de Maravillas, el barrio de Lavapiés…- con una idiosincrasia propia, ya que se diferenciaban cultural y socialmente de otros barrios de la zona centro más influenciados por las modas internacionales, especialmente en cuanto a indumentaria y diversiones se refiere. Representaban el polo opuesto a los petimetres, generalmente de la pequeña nobleza, cursis, amanerados y exageradamente preocupados por el vestir y las actitudes.
Con el tiempo los majos fueron apareciendo en otras ciudades y, a finales del XVIII y principios del XIX (periodo en el que fueron conocidos también como “goyescos”) su forma de vestir fue adoptada por las clases privilegiadas (Duquesa de Alba, Condesa de Chinchón, etc.), que imitaban a las clases populares, aunque con materiales más lujosos. Este fenómeno es al que algunos estudiosos denominan “majismo”, y es precisamente en esta adopción, ya a comienzos del XIX, en la que queda más clara la connotación política de la indumentaria: se intenta responder a la invasión napoleónica con la exaltación de símbolos autóctonos. El gusto por lo popular estaría en relación también con el hecho de que la Revolución Francesa favoreciera las costumbres plebeyas y con que esta actitud popular y castiza fuera fomentada por Carlos IV y María Luisa de Parma.
María Luisa de Parma, Goya.
La maja usaba jubón* ceñido, con haldetas y manga estrecha; faldas de colores o guardapiés con delantal; cofia*, funda de tela para recoger el pelo; y pañuelo al cuello. Pero para salir a la calle, desde la década de 1870 y 1880 (y, por tanto, también en 1808), era imprescindible, independientemente de la clase social a la que perteneciera la mujer, ponerse una basquiña* negra, en general de tela más rica (aunque debajo llevara una “traje a la francesa”), y una mantilla* negra o blanca que les cubría la cabeza. Era tan frecuente este atuendo que los viajeros de la época lo denominaban “traje nacional español”en sus escritos.
Cuando, a principios del XIX, la línea del vestido neoclásico se impone, las basquiñas* la seguirán, haciéndose más estrechas y altas de talle. Con el nuevo estilo aparecen también los flecos a modo de volante, los madroños -al parecer procedentes de Francia-, las borlas y las redes, como elementos decorativos.
Traje de maja, Museo del Traje.
El majo usa jaqueta* -una especie de chaqueta ceñida, que en 1808 es corta y se denomina “torera”-, chaleco, camisa, calzones*, faja de colores y pañuelo al cuello. Cubren la cabeza con una cofia* y montera o tricornio. Como prenda de abrigo, la capa, que se exportará al resto de Europa, al igual que la mantilla*.
El hecho de que siempre se haya relacionado la indumentaria del majo con la del torero -incluso al jubón corto se le denomina “torera”-, se debe a que es a finales del siglo XVIII cuando se fija el “arte del toreo”, casi tal y como está hoy en día, no existía un traje específico para los toreros y estos salían a la plaza vestidos de calle; es decir, vestidos de majos. Con el tiempo este traje quedará como fosilizado y se mantendrá con muy pocos cambios, hasta hoy.
Traje de majo.
Aunque los majos eran personas modestas, cuidaban mucho su indumentaria, que se caracterizaba por un rico colorido y una abundante decoración a base de abalorios, pasamanería, galones en las costuras, caireles, cordones, cintas…, sobre todo en el caso del traje de fiesta o gala.
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